En nuestra última visita
a Urrea algunos de nuestros vecinos más mayores nos trasladaban, con tristeza
en los ojos, su preocupación por si llega el momento en que, por problemas de
salud, tienen que dejar sus casas para
ir a vivir con sus hijos, con otros familiares o a una residencia de ancianos.
Les preocupa su salud
obviamente pero la tristeza de sus ojos la provoca también los sentimientos que
afloran al pensar en abandonar su casa. Pierden su independencia, su autonomía,
pero pierden muchas cosas más. Pierden el poder convivir con el recuerdo de los
momentos compartidos, de las risas y lágrimas que todavía resuenan entre esas
paredes que los han visto crecer como personas y como familias, esas paredes
que no son sólo una casa, son su hogar.
Las casas de los pueblos
tienen una identidad propia. Leí hace poco en un libro que al referirse a una
casa de un pequeño pueblo donde transcurría la historia la mencionaban como una
“casa vivida” en la que se sentían las historias que en ella habían sido
vividas. Es una forma muy acertada de definir las casas de pueblo en las que da
la sensación que todavía se cocina a fuego lento y en las que se conversa al
lado de la chimenea las largas tardes de invierno.
Nuestra casa de Urrea es
de principios del siglo XX. En sus orígenes formó parte de otra casa hasta su división
en dos. Durante muchos años perteneció a diferentes generaciones de la misma
familia. Las historias vividas en su interior, aunque las desconozco, debieron
de ser muchas. Fue restaurada por una pareja que llegaron a Urrea desde una
lejana Rumanía y a través de ellos llegó a nuestras manos.
Cuando caminábamos por
Urrea en nuestras primeras visitas, los vecinos nos preguntaban en que casa
vivíamos o nos reconocían justamente por la casa en la que vivíamos. Viven en
la casa de la Salomé... se decían unos a otros y a partir de allí recordaban
historias relacionadas con la casa o con los cambios que se han ido produciendo
en ella y en el pueblo.
Nosotros somos unos recién
llegados a Urrea, el próximo diciembre hará dos años de la compra de nuestra
casica, pero ella con todos sus años y con toda su historia nos ha ayudado a sentirnos
parte de este pueblo que tan bien nos ha acogido. Es un placer para
nosotros seguir llenando de vida esta casa y ampliando sus historias con la
historia de nuestra familia y de nuestros visitantes.